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Por qué hay que leer hoy a Cervantes
José Manuel Lucía Megías
Miguel
de Cervantes fue construyéndose como personaje a lo largo de todas sus obras, desde
los primeros versos que envía al cardenal Espinosa para
llorar la muerte de la Reina Isabel de Valois en
1568 («¿A quién irá mi doloroso canto…?») hasta la tan manoseada y recordada
epístola dedicatoria al Conde de Lemos, que se
publicará en la edición póstuma de su novela bizantina «Los trabajos de
Persiles y Sigismunda» en 1617 («Ayer me dieron la Estremaunción y hoy
escribo esta»).
¿Qué mejor homenaje le podemos tributar a Miguel de Cervantes a
los 400 años de su muerte que leer o releer sus obras? Cervantes vive en sus
obras y sus obras están realmente vivas si hay algún lector que las hace
suyas.
Miguel de Cervantes es hijo de los Siglos de Oro, de
ese momento crucial en la Historia de España en que por las calles de Madrid
se dio cita lo más granado de la literatura, la pintura, la escultura, la
música… del momento. La Monarquía Hispánica era
el centro del mundo, y el centro de este imperio estaba en Madrid. Y en su
centro vivió Miguel de Cervantes, en el conocido como Barrio de las Letras.
Pero Miguel de Cervantes, la literatura de Miguel de Cervantes, vivió en
los márgenes de aquellos centros. Y de ahí que sus
obras, aquellas más experimentales, sigan siendo tan modernas, tan actuales.
Una lectura contemporánea.
A Cervantes no hay que leerlo porque sea un capítulo
obligatorio en la enseñanza. No hay que leerlo con la devoción de
quien se está acercando a un monumento del pasado que admira por el tiempo
transcurrido. No hay que leerlo en la distancia, de
rodillas, desde la adoración. Cervantes sigue siendo moderno y nuestro contemporáneo.
Siguen algunas de sus obras ofreciéndonos claves de nuestra vida y nos
regalan entretenimiento para poder sobrellevarla de la mejor manera. Miguel de Cervantes nos sigue sorprendiendo con la
calidad de su prosa, pero también con la acidez de sus comentarios, la mirada
nada benévola sobre su mundo que, al margen del tiempo, sigue siendo el
nuestro.
Los últimos años de su vida los va a dedicar Miguel de Cervantes a dar a
conocer su proyecto literario, ese proyecto que le quiere reivindicar como novelista
(Novelas ejemplares), como poeta narrativo (Viaje del Parnaso), como poeta dramático (Comedias) y como escritor culto (Persiles). Y en los márgenes de su propio
proyecto literario, de su propia reivindicación, hemos de colocar las dos
partes del «Quijote»: la primera, la de 1605, escrita impulsada por el
contrato de edición del librero Francisco de Robles; y
la segunda, la de 1615, terminada por el impulso de la publicación del
«Quijote apócrifo» de Alonso Fernández de
Avellaneda en 1614.
Una literatura en los márgenes que llega a los límites los géneros de su tiempo, las
expectativas de los lectores, y que se ha convertido en el centro de la novela contemporánea.
Leer a Cervantes es leer el origen de la literatura contemporánea. Leer a
Cervantes es diversión y entretenimiento, esa
risa, esa ironía tan necesaria en la vida. Leer a Cervantes es la sorpresa de
la ruptura de los límites entre la realidad y la ficción.
Leer a Cervantes es adentrarse en un pensamiento, donde el diálogo, la
comprensión del otro, de quien es diferente, y el canto a la voluntad (una
forma de libertad personal), son las piedras fundacionales de
una nueva vida.
¿Qué mejor homenaje le podemos a hacer
a Cervantes que intentar ser un poco más cervantinos leyendo sus obras a los
cuatrocientos años de su muerte?
ABC, 23-4-2016
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