“Volver al Renacimiento y traerlo hasta nosotros – no con mentalidad arqueológica – es una exigencia apremiante de todo hombre que busca en la historia sus orígenes y su futuro. No son pocos los que ven en nuestro tiempo un clima, un desasosiego, una búsqueda y un cambio semejantes a los de los siglos XV-XVI. Hay también una crítica de la situación y de la cultura que nos rodea. Buscamos nuevos modelos y nuevas formas de sociedad (…)
El Renacimiento – cualquiera que sean sus límites históricos y sus causas y su plural originalidad – representa un proceso de cambio en la actitud humana frente al mundo y a la vida. Representa, sobre todo, el alumbramiento de un hombre nuevo. Literatos, humanistas, filósofos, hombres de ciencia, políticos e historiadores están convencidos de que ha nacido una nueva época que supone una ruptura con el mundo medieval inmediato. Y el significado de este cambio lo ven en “el renacimiento” del espíritu, de un hombre y un estilo propio de la edad clásica greco-romana.
El Renacimiento es una vuelta a la historia –que es un como volver al origen del hombre– para encontrar en ella las razones profundas del cambio (…) Los hombres del Renacimiento desencadenaron el proceso revolucionario más pacífico y transformador de la historia.”
Con estas palabras que Pedro R. Santidrian hace en el prólogo de su libro, Renacimiento y Humanismo, me gustaría comenzar las clases sobre el Renacimiento. El autor destaca dos preguntas que subyacen en la antropología renacentista: “¿Qué es el hombre? y ¿de qué es capaz?”… Creo que son dos preguntas que siempre nos hacemos al estudiar el hecho artístico (y cualquier quehacer humano).