Cuando don Quijote se vio en la
campaña rasa, libre y desembarazado de los requiebros de Altisidora, le pareció
que estaba en su centro, y que los espíritus se le renovaban para proseguir de
nuevo el asunto de sus caballerías, y, volviéndose a Sancho, le dijo:
La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a
los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que
encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por
la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio
es el mayor mal que puede venir a los hombres. Digo esto, Sancho, porque
bien has visto el regalo, la abundancia que en este castillo que dejamos hemos
tenido; pues en mitad de aquellos banquetes sazonados y de aquellas bebidas
de nieve me parecía a mí que estaba metido entre las estrechezas de
la hambre, porque no lo gozaba con la libertad que lo gozara si fueran míos,
que las obligaciones de las recompensas de los beneficios y mercedes recebidas
son ataduras que no dejan campear al ánimo libre. ¡Venturoso aquel a
quien el cielo dio un pedazo de pan sin que le quede obligación de agradecerlo
a otro que al mismo cielo!
D. Quijote de la Mancha. Cervantes. Cap. LVIII, II parte
Texto 2
Mudó Sancho plática, y dijo a su amo:
-Advierte, Sancho -dijo don Quijote-, que el amor ni
mira respetos ni guarda términos de razón en sus discursos, y tiene la misma
condición que la muerte: que así acomete los altos alcázares de los reyes
como las humildes chozas de los pastores, y cuando toma entera posesión de
una alma, lo primero que hace es quitarle el temor y la vergüenza; y así, sin
ella declaró Altisidora sus deseos, que engendraron en mi pecho antes
confusión que lástima.
-¡Crueldad notoria! -dijo Sancho-.
¡Desagradecimiento inaudito! Yo de mí sé decir que me rindiera y avasallara
la más mínima razón amorosa suya. ¡Hideputa, y qué corazón de mármol, qué
entrañas de bronce y qué alma de argamasa! Pero no puedo pensar qué es lo que
vio esta doncella en vuestra merced que así la rindiese y avasallase: qué
gala, qué brío, qué donaire, qué rostro, que cada cosa por sí destas, o todas
juntas, le enamoraron; que en verdad, en verdad que muchas veces me paro a
mirar a vuestra merced desde la punta del pie hasta el último cabello de la
cabeza, y que veo más cosas para espantar que para enamorar; y, habiendo yo
también oído decir que la hermosura es la primera y principal parte que
enamora, no teniendo vuestra merced ninguna, no sé yo de qué se enamoró la
pobre.
-Advierte, Sancho -respondió don Quijote-, que hay
dos maneras de hermosura: una del alma y otra del cuerpo; la del alma campea
y se muestra en el entendimiento, en la honestidad, en el buen proceder, en
la liberalidad y en la buena crianza, y todas estas partes caben y pueden
estar en un hombre feo; y cuando se pone la mira en esta hermosura, y no en
la del cuerpo, suele nacer el amor con ímpetu y con ventajas. Yo, Sancho,
bien veo que no soy hermoso, pero también conozco que no soy disforme; y
bástale a un hombre de bien no ser monstruo para ser bien querido, como tenga
los dotes del alma que te he dicho.
D. Quijote
de la Mancha. Cervantes. Cap. LVIII, II parte
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